El círculo de los elfos.
Todo comenzó cuando mis amigos y yo fuimos de vacaciones a una montaña, creo que en Irlanda. Supongo que no todo el mundo tiene el privilegio de solo decir: “voy a Irlanda”, y sus padres le digan “Diviértete”. Yo como buena hija, obedecí. Me divertí. Me divertí demasiado, quizás. Tanto así que no puedo volver a ver a mi familia, jamás.
Explicaré como: mis amigos y yo llegamos a Irlanda, dispuestos a hacer un completo desastre en todos esos bosques. Éramos adolescentes, eso es lo que la mayoría de los adolescentes hacen. En todo caso, Patty y Julie estaban discutiendo sobre no sé qué cosas. Yo estaba harta de escucharlas gritarse la una a la otra. Una tiene sus límites, ¿saben?
Me fui de la habitación del hotel dando un portazo. Divisé un bosque a lo lejos y decidí encaminarme hacia allá. Se veía pacífico. Mucho. Me costó pensar en un lugar que resultara tan tranquilo a la vista humana.
Caminé con decisión hacía el bosque. Quería, por decirle de alguna forma, explorar. Saber qué podría haber más allá. No soy idiota, sabía que solo había árboles, pero eso no le quita a una la curiosidad.
Cuando llegué al bosque escuché una música. Se oía lejana, pero a la vez cerca. Suave, pero a la vez fuerte, era extraño. Sobre todo el hecho de que estaba en el medio de la nada. Y en el medio de la nada no debería haber música.
Era una tonada hermosa, la que sonaba. Transmitía la esencia del lugar donde me encontraba. Sonaba mucho a bosque. Sonaba a naturaleza. Me encantó.
Sin saber mucho lo que hacía, empecé a caminar. No sabía a dónde iba, no sabía si podría regresar con mis amigos, no sabía si algún animal me mataría al llegar a dónde sea que me estaban llevando mis pies. Pero sabía que no podía detenerme. No ahora. No ahora que la música se escuchaba más fuerte. Me hechizaba. Me llamaba.
Comencé a caminar, ahora dando vueltas, como danzando. Me sentía extraña, nueva.
La música continuaba sonando. Yo danzaba al ritmo de la música.
Lo que vi cuando mis pies se detuvieron me dejó estupefacta: muchas otras personas danzando al igual que yo lo hacía. Sus ropas eran finas, sin duda, como si estuvieran en medio de una celebración. No habían notado mi presencia.
Me escondí detrás de un árbol. No fue la mejor idea.
- Oye, no toques mi árbol. Ahí vivo-me espetó una mujer, joven…niña. No lo sé.
No dije nada, solo me aparté. Entonces, mientras me apartaba, choqué con varias de esas personas que estaban alrededor. Uno de ellos me sostuvo por los hombros cuando estaba a punto de darme de lleno en la cara con el suelo. Le agradecí con una sonrisa. Él me siguió.
- ¿Bailamos?-me preguntó. Yo negué con la cabeza-. Pero si eres Mía. Debes bailar conmigo. No debes temerme.
De él. ¿Cómo podía ser de él si no llevaba ahí más de 7 minutos?
- Debería irme…y no soy tuya.
- Sí lo eres. Eres una de las nuestras. Mía.
Decidí caminar, lejos de ahí. Algo me lo impidió, como una barrera.
- Mía…-oh, se refería a que mi nombre era Mía. Pero no lo era-. No puedes irte. Has entrado a un círculo de elfos hace siete años. Tienes que quedarte aquí, con nosotros…conmigo…no podrás irte…jamás-¿estaba encerrada en un círculo de elfos? ¡Yo ni creía en elfos!-. Eres una de nosotros, Mía.
No tenía ánimos de discutir con él. Acepté mi realidad. Era una qué… ¿elfina? ¿Qué?
Pero era mi vida. Mi naturaleza. Acepté bailar con él. No perdía nada. Ahora él sería mi hogar. Incluso mi amigo. Todo lo que tenía ahora.
Me guió en la misma danza que y había estado efectuando sola, minutos antes.
- Así que…siete años-le dije.
- Si. Siete. Has estado aquí por siete años…te he observado por siete años…me gustas.
Bien. Quizás no mi amigo, pero sí mi hogar.
- Debes aprender a vivir entre nosotros, Mía. Ya no hay marcha atrás. Has entrado al círculo.
- Lo sé…-murmuré, aunque no quería creerlo. Pero lo sabía. Sabía que era todo. Sabía que mi vida humana había llegado a su fin por culpa de unas criaturas en las que ni siquiera había creído.
Me quedaría con él.
De hecho, sigo con él… en el bosque…
- ¿Qué haces?-pregunta él.
- Nada. Solo algo del otro mundo…
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