julio 06, 2009
Conversión. Cap. 3 (parte 2)
El muchacho sostenía una rana en sus manos. Manos que, anteriormente, habían estado sosteniendo un pequeño pájaro, que ahora reposaba en el regazo de mi hermanito.
Santiago sonreía. Yo también lo hacía, mientras intentaba no ser vista.
La imagen me llevó a un pasado que lo lograba recordar. A un pasado que había sido feliz. A ese pasado que una vez añoré con toda mi alma. Ese pasado que hoy vuelve a estar en mis manos, pero de otra manera. Un pasado que, en el tiempo en que fui rebelde, no recordaba ni me importaba recordar. Solo sabía que, antaño, había sido feliz.
Me pregunté qué había cambiado en mí para que esa felicidad huyera. Qué le había pasado a la niña soñadora que una vez fui. Supuse que ahora esa niña reposaba en Santiago, porque yo no era nada cercano a ella. Yo había cambiado. La madurez que tenía cuando era niña en lugar de crecer, de esfumó. La vida me dejó sola. Jesús, también. Nunca, en mis años de necesidad, regresó. O quizás lo hizo, pero yo estaba demasiado ocupada para verlo. Probablemente fue eso.
Mi hermano seguía en casa de los vecinos.
Me alegraba por él. Es decir, había encontrado un amigo. Pero, ¿Por qué su amigo tenía que ser como de mi edad? Quiero decir, tan grande para él. Quién sabe lo que podría enseñarle un muchacho mayor. Alguien de quince años no piensa igual que alguien de cuatro.
Luego, el muchacho dejó que mi hermano sostuviera a la rana. ¿Estaba loco? ¿Cuántos gérmenes no podían haber en una rana? Si mi hermanito se enfermaba, entonces él iba a tener toda la culpa, y yo iría directamente a mamá y le diría que el niño de al lado le dio una rana. Estaría en problemas con mi madre.
¡No! Yo jamás le había deseado mal a nadie. Y, cabe decir, que problemas con mi madre es bastante malo.
Mi hermano jugaba con los dos animales, mientras el chico estudiaba junto a su ventana. Más de una vez lo vi mirar a la mía, pero hasta hoy creo que no me vio.
- Si te vi-me dice él.
- ¿me dejarás contar la historia?-pongo una cara de pocos amigos. Él sonríe
Bien. Sí me vio. Pero, entonces, yo no sabía que era así.
A mi parecer se veía bastante bien estudiando. Pero me llamaba más la atención mi hermano. Él era lo más importante para mí.
Luego de media hora, más o menos, viéndolo pasarse la rana por el rostro, decidí ir a buscarlo. Era tiempo de que alguien quitara todos esos gérmenes del rostro de mi hermano.
Me levanté. Bajé las escaleras de mi casa, haciendo un ruido innecesario, como de quién está molesto. Yo no lo estaba, pero quise hacerlo.
Caminé hasta allá. Esa casa donde mi hermanito estaba.
Respiré profundo. Y entonces, toqué la puerta.
Me arrepentí al instante.
La puerta se abrió.
Había una señora que me parecía extrañamente familiar. Como si la ya conociera.
Ella me saludó con una sonrisa. Y yo le devolví una de desconcierto.
- ¿puedo ayudarte?-me preguntó la señora.
- Si…emm…vengo a buscar a mi hermanito…Santiago…
- Claro-me sonrió de nuevo.
La señora camino hacía las escaleras, y llamó:
- ¡Lucas!
- Eh…-dije, ella me miró-. Es Santiago.
- Lo sé-sonrió ella.
El muchacho bajó con Santiago.
- ¡Lexa!-exclamó al verme y corrió hacia mí-. Mira.
Me extendió las manos. En una tenía a la rana y en la otra, al pájaro.
- Si, Santi…lindos…-sonrió-. Creo que es mejor que vayamos a casa.
- Vamos, Lexa…
- Si. Él no molesta para nada. Y mi hermanita llegará en muy poco tiempo. Son buenos amigos-intervino el chico.
- Si…bueno…-Santiago me miró con esos ojos. Esos ojos a los que yo no podía negarles nada. Simplemente, no podía.
El chico trató de imitarlo. Reí. Él también sonrió. Descubrí que tampoco podía negarle nada a esos ojos.
Mi debilidad, supongo.
- Vendré por ti en media hora, Santiago-advertí-. Media hora.
- Tu también puedes quedarte si quieres-añadió rápidamente el muchacho.
- Eh…no sé, yo…
- Así puedes mantener un ojo en él, mientras yo estudio.
Sonrió.
- Puedo hacerlo si él está en casa. Así no te distrae de tus estudios-repliqué.
- Él no me distrae. Mi hermana, si.
Enarqué las cejas.
- Por lo que me dijiste, ella no está aquí-él no respondió. Me dirigí a Santiago-. Media hora.
Entonces, me dispuse a irme.
- Lexa…-la voz de mi hermanito. Me volví hacia él-. Por favor…
- Santiago, no me hagas esto.
- Quédate-prácticamente rogaba. Ese niño me conocía demasiado bien.
Respiré profundo.
- Bien.
Entonces, los cinco, el chico, Santiago, los dos animales y yo, nos dirigimos arriba.
Me senté junto a ellos en la ventana.
Se podía ver toda mi habitación desde ahí.
Agradecí que fueran nuevos. No habrían podido haber visto mucho en el tiempo que llevaban ahí. Además, era la habitación del chico.
- Que bien que hayas decidido correr las cortinas de vez en cuando-sonrió.
- ¿de vez en cuando?
Se rió.
- Cuando duermes, no lo haces.
Abrí los ojos como platos.
- ¿es que me espías todo el tiempo?
- No. Solo me gusta ver hacia fuera. A veces me siento en el árbol. Pero tu ventana, siempre está ahí. No es culpa mía.
Me acomodé en el asiento.
- Podrías intentar no hacerlo, de vez en cuando.
Santiago sonreía. Yo también lo hacía, mientras intentaba no ser vista.
La imagen me llevó a un pasado que lo lograba recordar. A un pasado que había sido feliz. A ese pasado que una vez añoré con toda mi alma. Ese pasado que hoy vuelve a estar en mis manos, pero de otra manera. Un pasado que, en el tiempo en que fui rebelde, no recordaba ni me importaba recordar. Solo sabía que, antaño, había sido feliz.
Me pregunté qué había cambiado en mí para que esa felicidad huyera. Qué le había pasado a la niña soñadora que una vez fui. Supuse que ahora esa niña reposaba en Santiago, porque yo no era nada cercano a ella. Yo había cambiado. La madurez que tenía cuando era niña en lugar de crecer, de esfumó. La vida me dejó sola. Jesús, también. Nunca, en mis años de necesidad, regresó. O quizás lo hizo, pero yo estaba demasiado ocupada para verlo. Probablemente fue eso.
Mi hermano seguía en casa de los vecinos.
Me alegraba por él. Es decir, había encontrado un amigo. Pero, ¿Por qué su amigo tenía que ser como de mi edad? Quiero decir, tan grande para él. Quién sabe lo que podría enseñarle un muchacho mayor. Alguien de quince años no piensa igual que alguien de cuatro.
Luego, el muchacho dejó que mi hermano sostuviera a la rana. ¿Estaba loco? ¿Cuántos gérmenes no podían haber en una rana? Si mi hermanito se enfermaba, entonces él iba a tener toda la culpa, y yo iría directamente a mamá y le diría que el niño de al lado le dio una rana. Estaría en problemas con mi madre.
¡No! Yo jamás le había deseado mal a nadie. Y, cabe decir, que problemas con mi madre es bastante malo.
Mi hermano jugaba con los dos animales, mientras el chico estudiaba junto a su ventana. Más de una vez lo vi mirar a la mía, pero hasta hoy creo que no me vio.
- Si te vi-me dice él.
- ¿me dejarás contar la historia?-pongo una cara de pocos amigos. Él sonríe
Bien. Sí me vio. Pero, entonces, yo no sabía que era así.
A mi parecer se veía bastante bien estudiando. Pero me llamaba más la atención mi hermano. Él era lo más importante para mí.
Luego de media hora, más o menos, viéndolo pasarse la rana por el rostro, decidí ir a buscarlo. Era tiempo de que alguien quitara todos esos gérmenes del rostro de mi hermano.
Me levanté. Bajé las escaleras de mi casa, haciendo un ruido innecesario, como de quién está molesto. Yo no lo estaba, pero quise hacerlo.
Caminé hasta allá. Esa casa donde mi hermanito estaba.
Respiré profundo. Y entonces, toqué la puerta.
Me arrepentí al instante.
La puerta se abrió.
Había una señora que me parecía extrañamente familiar. Como si la ya conociera.
Ella me saludó con una sonrisa. Y yo le devolví una de desconcierto.
- ¿puedo ayudarte?-me preguntó la señora.
- Si…emm…vengo a buscar a mi hermanito…Santiago…
- Claro-me sonrió de nuevo.
La señora camino hacía las escaleras, y llamó:
- ¡Lucas!
- Eh…-dije, ella me miró-. Es Santiago.
- Lo sé-sonrió ella.
El muchacho bajó con Santiago.
- ¡Lexa!-exclamó al verme y corrió hacia mí-. Mira.
Me extendió las manos. En una tenía a la rana y en la otra, al pájaro.
- Si, Santi…lindos…-sonrió-. Creo que es mejor que vayamos a casa.
- Vamos, Lexa…
- Si. Él no molesta para nada. Y mi hermanita llegará en muy poco tiempo. Son buenos amigos-intervino el chico.
- Si…bueno…-Santiago me miró con esos ojos. Esos ojos a los que yo no podía negarles nada. Simplemente, no podía.
El chico trató de imitarlo. Reí. Él también sonrió. Descubrí que tampoco podía negarle nada a esos ojos.
Mi debilidad, supongo.
- Vendré por ti en media hora, Santiago-advertí-. Media hora.
- Tu también puedes quedarte si quieres-añadió rápidamente el muchacho.
- Eh…no sé, yo…
- Así puedes mantener un ojo en él, mientras yo estudio.
Sonrió.
- Puedo hacerlo si él está en casa. Así no te distrae de tus estudios-repliqué.
- Él no me distrae. Mi hermana, si.
Enarqué las cejas.
- Por lo que me dijiste, ella no está aquí-él no respondió. Me dirigí a Santiago-. Media hora.
Entonces, me dispuse a irme.
- Lexa…-la voz de mi hermanito. Me volví hacia él-. Por favor…
- Santiago, no me hagas esto.
- Quédate-prácticamente rogaba. Ese niño me conocía demasiado bien.
Respiré profundo.
- Bien.
Entonces, los cinco, el chico, Santiago, los dos animales y yo, nos dirigimos arriba.
Me senté junto a ellos en la ventana.
Se podía ver toda mi habitación desde ahí.
Agradecí que fueran nuevos. No habrían podido haber visto mucho en el tiempo que llevaban ahí. Además, era la habitación del chico.
- Que bien que hayas decidido correr las cortinas de vez en cuando-sonrió.
- ¿de vez en cuando?
Se rió.
- Cuando duermes, no lo haces.
Abrí los ojos como platos.
- ¿es que me espías todo el tiempo?
- No. Solo me gusta ver hacia fuera. A veces me siento en el árbol. Pero tu ventana, siempre está ahí. No es culpa mía.
Me acomodé en el asiento.
- Podrías intentar no hacerlo, de vez en cuando.
Conversión. Cap. 3 (parte 1)
3.
Lucía, la amiga de mi hermanito, a quién, por cierto, jamás conocí, se mudó. Y ya había una nueva familia ocupando la casa continua a la nuestra.
Santiago decidió ir a conocerlos ese mismo día. A mi, por otra parte, no me interesaba en lo más mínimo.
Es extraño pensar en el pasado y ver cuán diferente éramos, en comparación al presente. Cuan inmaduros e ingenuos. Creemos que siempre tenemos la razón, cuando resulta que siempre estamos equivocados. Eso no está bien.
Contaba con quince años para ese entonces.
Seguía siendo la tonta niña rebelde deseando atención.
Hacía todo lo posible por no ayudar a mi madre en la casa. Por ayudarla en nada. Me inventaba dolores de cabeza. Mentía para no hacer nada como jamás se vio. Nótese que ya no lo hago, sino no diría la verdad sobre mi muy problemática niñez.
- ¡Alexa!-gritó mi madre, luego de que yo rompiera un plato (sin querer), mientras los guardaba. ¿Qué culpa tenía yo?-. ¿no puedes hacer nada bien?
- Puedo ignorarte. Eso me sale de maravilla.
Me fui corriendo a mi habitación. Me encerré y puse la música a todo volumen. Mozart.
Tal vez me vestía de negro, pero no me gustaba el rock pesado ni nada de eso.
Además, ese tipo de música, la clásica, me relajaba.
Me giré en la cama. Me encontré mirándome a mí misma en el espejo. Siempre lo hacía, aunque no sabía por qué.
Me levanté de la cama para descubrir que tenía el rostro empapado en lágrimas.
Me quedé mirando fijamente el espejo y mi reflejo en él. Me vi a mi misma como una persona fea. No recordaba que me hubiera pasado antes, pero eso era lo que veía.
- Los espejos no miente, porque no piensan-susurré.
Agradecí que nadie me viera, que nadie me oyera. Agradecí que nadie me tomara en cuenta para nada. Así no notarían lo que estaba pasando conmigo. O eso pensaba yo.
El hacer eso se había convertido en un hábito. Era lo primero que hacía al llegar a la casa. Y, mientras transcurría el día, era lo único que hacía.
Ni siquiera me molestaba en cerrar las cortinas. Solo llegaba y me paraba frente al espejo. Observaba cuantas cosas habían cambiado en mí. Y si no encontraba ninguna, me la inventaba.
Uno de esos días en que llegaba del colegio directamente a mi habitación, tiré los libros en la cama y me paré frente al espejo.
Estuve ahí unos quince minutos, hasta que un desconocido me interrumpió.
Tocó la ventana. ¿Cómo rayos escaló hasta mi ventana? Y, ¿Quién, por todos los cielos, era él?
Sentí curiosidad. Me acerqué a la ventana. Estaba sentado en alféizar.
Abrí la ventana. Podía verlo mejor ahora.
Era un muchacho, más o menos de mi edad, cabello rubio, ojos azules, tez blanca, labios rojos, bien formado, según pude ver. Era bastante lindo, aunque no lo suficiente para mi gusto. O quizás, simplemente, no era el tipo de chico con el que me había imaginado.
- Oye…sé que eres bonita, pero no creo que sea tampoco para pasar todo el día pegada en el espejo-me dijo.
Me alarmé.
- ¿me has estado espiando?
- Estudio junto a mi ventana. No es mi culpa que tú no cierres tus cortinas-dijo, sorpresivamente, serio.
- Bueno, si no lo hacía antes, ahora sí que lo haré.
Él sonrió. Linda sonrisa, también.
- Es una buena idea.
Entonces, me dedicó otra linda sonrisa y escalo un árbol, de vuelta a su ventana.
De nuevo, una extraña sensación de deja vu, invadió mi ser. Uno no debería sentir esas cosas. Todo lo que hacen es confundirte.
En las siguientes semanas, no volví a verlo. Pero tenía la certeza de que vivía al lado. Bueno, eso o era un ladrón. No podía ver si me veía, porque desde ese día había empezado a cerrar las cortinas.
Entonces, decidí asomarme. No perdía nada haciéndolo.
Me sorprendí al ver que estaba ahí…estaba ahí, estudiando, justo como había dicho.
De pronto, vi a Santiago llegando a donde estaba él. Mi hermanito Santiago. ¿Había enloquecido el mundo?
Luego vi algo aún mas extraño. Eso si me heló la sangre.
Lucía, la amiga de mi hermanito, a quién, por cierto, jamás conocí, se mudó. Y ya había una nueva familia ocupando la casa continua a la nuestra.
Santiago decidió ir a conocerlos ese mismo día. A mi, por otra parte, no me interesaba en lo más mínimo.
Es extraño pensar en el pasado y ver cuán diferente éramos, en comparación al presente. Cuan inmaduros e ingenuos. Creemos que siempre tenemos la razón, cuando resulta que siempre estamos equivocados. Eso no está bien.
Contaba con quince años para ese entonces.
Seguía siendo la tonta niña rebelde deseando atención.
Hacía todo lo posible por no ayudar a mi madre en la casa. Por ayudarla en nada. Me inventaba dolores de cabeza. Mentía para no hacer nada como jamás se vio. Nótese que ya no lo hago, sino no diría la verdad sobre mi muy problemática niñez.
- ¡Alexa!-gritó mi madre, luego de que yo rompiera un plato (sin querer), mientras los guardaba. ¿Qué culpa tenía yo?-. ¿no puedes hacer nada bien?
- Puedo ignorarte. Eso me sale de maravilla.
Me fui corriendo a mi habitación. Me encerré y puse la música a todo volumen. Mozart.
Tal vez me vestía de negro, pero no me gustaba el rock pesado ni nada de eso.
Además, ese tipo de música, la clásica, me relajaba.
Me giré en la cama. Me encontré mirándome a mí misma en el espejo. Siempre lo hacía, aunque no sabía por qué.
Me levanté de la cama para descubrir que tenía el rostro empapado en lágrimas.
Me quedé mirando fijamente el espejo y mi reflejo en él. Me vi a mi misma como una persona fea. No recordaba que me hubiera pasado antes, pero eso era lo que veía.
- Los espejos no miente, porque no piensan-susurré.
Agradecí que nadie me viera, que nadie me oyera. Agradecí que nadie me tomara en cuenta para nada. Así no notarían lo que estaba pasando conmigo. O eso pensaba yo.
El hacer eso se había convertido en un hábito. Era lo primero que hacía al llegar a la casa. Y, mientras transcurría el día, era lo único que hacía.
Ni siquiera me molestaba en cerrar las cortinas. Solo llegaba y me paraba frente al espejo. Observaba cuantas cosas habían cambiado en mí. Y si no encontraba ninguna, me la inventaba.
Uno de esos días en que llegaba del colegio directamente a mi habitación, tiré los libros en la cama y me paré frente al espejo.
Estuve ahí unos quince minutos, hasta que un desconocido me interrumpió.
Tocó la ventana. ¿Cómo rayos escaló hasta mi ventana? Y, ¿Quién, por todos los cielos, era él?
Sentí curiosidad. Me acerqué a la ventana. Estaba sentado en alféizar.
Abrí la ventana. Podía verlo mejor ahora.
Era un muchacho, más o menos de mi edad, cabello rubio, ojos azules, tez blanca, labios rojos, bien formado, según pude ver. Era bastante lindo, aunque no lo suficiente para mi gusto. O quizás, simplemente, no era el tipo de chico con el que me había imaginado.
- Oye…sé que eres bonita, pero no creo que sea tampoco para pasar todo el día pegada en el espejo-me dijo.
Me alarmé.
- ¿me has estado espiando?
- Estudio junto a mi ventana. No es mi culpa que tú no cierres tus cortinas-dijo, sorpresivamente, serio.
- Bueno, si no lo hacía antes, ahora sí que lo haré.
Él sonrió. Linda sonrisa, también.
- Es una buena idea.
Entonces, me dedicó otra linda sonrisa y escalo un árbol, de vuelta a su ventana.
De nuevo, una extraña sensación de deja vu, invadió mi ser. Uno no debería sentir esas cosas. Todo lo que hacen es confundirte.
En las siguientes semanas, no volví a verlo. Pero tenía la certeza de que vivía al lado. Bueno, eso o era un ladrón. No podía ver si me veía, porque desde ese día había empezado a cerrar las cortinas.
Entonces, decidí asomarme. No perdía nada haciéndolo.
Me sorprendí al ver que estaba ahí…estaba ahí, estudiando, justo como había dicho.
De pronto, vi a Santiago llegando a donde estaba él. Mi hermanito Santiago. ¿Había enloquecido el mundo?
Luego vi algo aún mas extraño. Eso si me heló la sangre.
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