No me interesa qué día es.
Estoy sentada aquí, en mi sofá, junto a la ventana. Jesús se acaba de ir. Estoy sola. Y, francamente, estoy sorprendida al ver mi habitación tan aseada. Ni siquiera parece mi habitación. Da miedo.
Tengo ganas de mirar hacia la ventana de Lucas. Aunque no sé para qué. No tiene caso. Aunque claro, puede que me encuentre con su mirada o quizás ni siquiera esté ahí.
Ay…por favor…soy tan patética. Quisiera golpearme la cabeza contra la pared, pero eso solo haría que Jesús volviera para regañarme. Eso no puede ser bueno, considerando que estuvo un buen rato aquí y además, se acaba de ir. No quiero que me regañe.
Bien…acabaré con la tortura, la ansiedad, lo que sea que me pasa…miraré a la ventana.
Él no está ahí. Bien. No fue tan malo. Él no está ahí. No está.
Perfecto, ahora sí está. Acaba de aparecer. Se sentó en su sofá. Recuerdo que tiene un sofá, donde estaba sentando Santiago.
Ummm…tengo días que no hablo con mi hermanito. Seguramente Lucas lo mantiene ocupado. Me roba a mi hermano y eso no está bien.
Quizá yo debería robarle a su hermana. No…no…no está bien pagar mal por mal. Incluso yo sé que eso es malo.
Puedo mirar disimuladamente a la ventana.
Sigue ahí. Creo que se bañó o se cambió de ropa, al menos, porque lo que lleva puesto no está mojado. Al contrario de su rubio cabello. Pero creo que ya estaba mojado cuando se fue de aquí.
Bien. Debo parar de detallar a Lucas. Él es…como mi hermano…creo…
O quizás no…espero que no…
Cerré el diario bruscamente. Sé que no tiene la culpa de lo que escribo en él, es solo un diario, un objeto inanimado, pero tenía rabia. Estaba molesta conmigo misma por pensar en Lucas de esa manera. Él, en nuestros días de infancia y aventuras inventadas, era mi mejor amigo, como un hermano, casi. Y ahora, por culpa de las hormonas, empezaba a detallarlo. Yo no debería estar detallando a Lucas. Eso es…repugnante, porque los hermanos no se detallan entre sí.
Sin embargo, ese día su cabello lucía genial. Le caía sobre los ojos como cascada. Literalmente, porque estaba mojado.
Vi que Lucas miraba fijamente a mi habitación. Su expresión era de sorpresa.
Abrí la ventana al tiempo que él.
Lucas se apoyó en su alféizar. Yo lo imité, pero añadí una expresión de suficiencia.
- Cambiaste de habitación-me acusó-. Eso no es justo.
- ¡Yo no cambié nada!-exclamé indignada-. La limpié.
- ¿En qué momento limpiaste ese desastre de habitación que tenías?-me preguntó. O sea que él creía que yo tenía un desastre de habitación. Genial. Perfecto-. No malinterpretes las cosas. Y sabes que tu habitación si estaba hecha un desastre.
Abrí la boca, sorprendida hasta lo más profundo. Ya no eran imaginaciones mías.
- No seas infantil-me dijo, muy bajo-. ¿Cuándo la limpiaste?
- Cuando Jesús vino a visitarme.
Lucas asintió, conforme.
- Ojala lo mantengas así.
- ¿Qué quiere decir eso?
- Que espero que tu habitación no vuelva a ser un desastre.
Cerré la ventana de golpe y me tiré en el sofá, dándole la espalda a Lucas, pero con las cortinas sin correr para que él pudiese ver que estaba molesta.
El diario me incomodaba bastante. Era muy duro.
Lo tiré con rabia al suelo.
Se abrió por la mitad y salió volando una hojita de árbol seca.
Que extraño. Tenía ese diario desde que me mude por primera vez y no recuerdo haber puesto jamás una hoja de árbol dentro.
Me levanté y la tomé con sumo cuidado en las manos, pues estaba seca. Podía romperse.
La llevé hasta el sofá y me acosté de nuevo.
No era una hoja muy grande.
La tomé, la puse cerca de mi rostro, para leer una escritura que estaba en ella. ¿Quién escribía en una hoja?
Había un sonido que provenía de mi ventana. Me levanté para ver qué era. Leería la hoja después.
Era Lucas lanzando no sé qué cosas a mi ventana.
La abrí y le lancé una mirada de desaprobación.
- ¿Qué…qué tienes ahí?-me preguntó titubeante.
- Una hoja que encontré dentro de mi diario…oye, ¿Qué te pasa?
- Ah…bueno…disfrútala…-su tono de voz era tan…extraño.
- Lucas, espera. ¿Qué te pasa?
- No…es que…olvídalo-dijo finalmente.
Le di una mirada que reflejaba que claramente no entendía nada. Él la comprendió. No podía pedir más.
- Buenas noches-le deseé.
Él hizo un gesto de “lo mismo para ti”. Tan expresivo, Lucas.
Me recosté de nuevo en el sofá, dándole la espalda a la ventana, esta vez para que Lucas no me desconcentrara. Sabía que seguía ahí.
Tomé la hojita de nuevo con sumo cuidado. No quería romperla, como dije, y estaba seca, además.
La acerqué a mi rostro para ver mejor las letras grabadas en ella.
“TE EXTRAÑARÉ…” decía la hoja, en letras pequeñas.
“te extrañaré…”… ¿Qué significa?
Miré el reverso de la hoja.
“RECUÉRDAME COMO EL PRIMER DÍA. TE QUIERO. LUCAS”
¿Lucas?
¿Lucas había dejado una hoja de árbol escrita en mi diario?
No, no…primero, ¿Cómo rayos había tenido Lucas acceso a mi diario? Quiero decir, ¡Era mi diario! Los diarios son privados. O deberían serlo…
En todo caso, éramos niños.
Y, honestamente, ahora no quería preguntarle nada sobre eso. Nada. Cero. No estaría bien, no sería correcto.
Pero… ¿“recuérdame como el primer día”?
¿Qué tenía que ver un primer día con una hoja?
Qué extraño.
Pero, valiente como era, podía llegar fácilmente a saber el por qué sin necesitar a Lucas para ello.
Aunque lo más lógico sería preguntarle a Lucas, pues él era el autor de la nota. Sin embargo, decidí que no. No, señor. No más depender de un chico para hacer cualquier cosa.