Lucas bajó el rostro.
El hecho de que no respondiera nada, me decía todo. El silencio venía a mí como gritos. Fue entonces cuando estuve segura: él y yo nunca podríamos ser como antes. Nuestra amistad estaba perdida. Por lo tanto, no había caso en seguir ahí. No debía hacerlo.
- Veo que nuestra amistad…-se me cortó la voz-. Veo que no hay nada que hacer.
Lucas me miró, en silencio.
Yo asentí.
Me sentía horrible.
- ¿podrías decirme…al menos…por qué?-mi tono era suplicante-. Por favor, Lucas.
- Oye…
- Por favor-repuse, esta vez, con más autoridad.
Abrió la boca, como para decir algo, pero luego volvió a cerrarla. Estaba jugando conmigo.
- Tú no eres “xa”…-dijo. Con eso me bastaba.
Entonces, no pude soportarlo más. Sí, había dejado escapar algunas lágrimas, pero no el llanto completo. Pero ahora ¿Cómo iba a hacer para retenerlo por más tiempo? No podía. No podía hacerlo. No podía obligarme a mí misma a hacer algo que no podía. Si quería llorar, lloraría. Si quería gritar, pues, gritaría.
- ¡La gente cambia, Lucas!-espeté, con dureza y con el rostro bañado en lágrimas-. No puedes castigarme por no ser quién era cuando tenía 6 años, 7, 8…no puedes, porque ya no soy esa niña. ¡Mírame, Lucas! Y date cuenta que ya no soy una niña, que he crecido, que soy diferente. ¡Tú también eres diferente!-Lucas enarcó las cejas, desafiándome-. ¡Si, Lucas! Eres diferente al Lucas que yo recordaba. Eres frío, distante, e hiriente. Tus palabras, cada una, corta como espada de doble filo. Pero yo no te castigo por ello…
- Oh, por el amor a Cristo, ¿Cómo te estoy castigando?-espetó, entonces, en respuesta-. Desde que supe que eras tú no he hecho más que tratarte bien. Tengo un montón de cosas que decirte, que no lo hecho porque tomo en cuenta tus sentimientos.
- ¡OH! ¡No me digas!-exclamé irónica-. ¿Tienes aun más cosas que decirme? Pues, adelante. ¡Dilas, Lucas!
- ¡Estoy harto de tu comportamiento!-exclamó-. ¡No entiendo como es que has podido cambiar tanto en unos cuantos años, Alexa! Ni siquiera estás cerca de ser lo que eras. No es que cambiaste, es que te convertiste en alguien más. Alguien que, por cierto, desconozco por completo. Jamás te imaginé así como ahora: viéndote en un espejo a cada rato, vestida de negro, gritándole a todo el mundo cuanta cosa se te antoje. No, Alexa, esta no es la que yo conocí, por eso no creo que deba llamarte como solía llamarla a ella de cariño. Si. Porque resulta que a ella sí le tenía cariño. Pero tú eres una niña inmadura y caprichosa, que en lugar de avanzar, retrocede. Lo lamento, pero no me gusta disfrazar las palabras con frases bonitas y suaves. La realidad es la realidad. Y tu realidad es esta. Mira a tu alrededor, ¿quieres? Y dime, ¿Cuándo, en la vida, Xa y yo habríamos peleado así?
En eso último tenía razón.
- Nunca.
- ¿Ves?-dijo-. Entonces, ¿Cómo pretendes que te llame como solía hacerlo si ya no eres esa persona? Si fueras Xa, y Xa y yo nunca habríamos peleado como lo estamos haciendo tú y yo ahora, entonces no eres ella, porque estamos peleando…
- ¡Ya!-exclamé, llorando, destrozada hasta lo más profundo-. Ya…basta…
De nuevo, Lucas bajó el rostro.
- Lo siento-susurró, casi inaudible-. No debí…
- Es mi culpa-aseguré, un poco más calmada. Mi voz había sido un leve susurro que se fue con el viento. No creo que el lo haya escuchado. Respiré profundo y aclaré mi garganta-. No te preocupes, fue mi culpa.
- No fue tu culpa-me aseguró.
Intentó trasladarse al alféizar. De nuevo, temí por él.
- Lucas…no…-pero lo dejé hasta ahí. Después de todo, fue ese tema lo que inició la pelea.
Entonces empezó a llover, pero yo no me estaba mojando, porque el techo de mi casa me protegía. En cambio, Lucas era otra historia.
- Siéntate aquí-le hice un espacio-. Con cuidado, ¿bien?
Lucas me sonrió.
Obedeció a lo que le dije y en menos de un minuto ya estaba sentado a mi lado en el alféizar de la ventana.
- Oye…-me dijo. Levanté la mirada hacia él-. Jesús no es un fantasma…al menos, no el Jesús que yo conozco. En realidad, ningún Jesús lo es, porque los fantasmas no existen.
Que poco conocía del mundo.
Se carcajeó.
- No me malentiendas-dijo. Estaba empezando a sospechar un par de cosas sobre él-. Solo que los fantasmas son espíritus de gente muerta, ¿no?-asentí-. Y esos espíritus, esas almas, cuando la persona muere, van directamente al cielo o al infierno. Es imposible que salgan de ahí. Una presencia es otra cosa.
- Tú no has visto a Jesús-lo acusé.
- Hace unos veinte minutos estabas bastante segura de que sí lo había visto.
Recordé lo que me dijo la primera vez que me visitó.
- Tú lo conoces. Tú y yo lo conocimos juntos-dije de pronto-. Tú y yo solíamos correr en los jardines de…
- De su padre-completó Lucas, inconcientemente.
- ¡Si! Lo recuerdas…no puedo creer que lo recuerdes…-sonreí inconcientemente-. ¿Recuerdas la primera vez que lo vimos?
Me impresionó un poco ver como sonaba mi voz. Era tan niña.
Lucas me miró. Su cara estaba llena de una extraña emoción.
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