julio 04, 2009

Conversión. Cap 2 (parte 2)

Mi madre vio en mí un cambio. Ni siquiera era como solía ser antes de la segunda mudanza. Según decía mis padres, era mejor.
Todas las noches, en secreto, Jesús me visitaba. Una vez me dijo que todo traía recompensas. Me pregunté cuál sería la mía. Pero después de un par de días olvidé todo el asunto.

- ¿Llegó alguna vez tu recompensa?-preguntó.
- Espera un poco. Llegaremos a esa parte dentro de un buen trecho de historia-dije, sonriendo.


Aunque sea difícil de creer, luego de un par de años me olvidé de Lucas. Tenía nuevos amigos. Incluso llegué a tener un novio-cuando tenía trece años-. Aunque, ahora que lo pienso, no veo por qué menciono el asunto del novio. Eso no tiene nada que ver con Lucas.

De igual manera, continué mi vida. Mis padres me hablaban de cómo debía dejar esas amistades de lado, porque no me hacía ningún bien. Y tenían razón, ahora que lo veo. No me hacía ningún bien.

Cuando tenía doce años, perdí a mi abuela.
Viajamos de vuelta a mi ciudad natal.
Recuerdo que su muerte marcó mi vida de una manera muy grande. De una manera bastante intensa.
La extrañé por casi tres años. La lloré por dos.
Lo hacía en secreto.
Olvidé mencionar que cuando tenía once, mi madre tuvo un bebé. Era un pequeño varón. Lo llamaron Santiago.
Santiago fue un pequeño bebé hermoso durante sus primeros cuatro años. Luego ya no era tan bebé, por lo tanto, tampoco era tan hermoso. Era más bien, malvado. Y jamás me hacía caso.
Volviendo al tema de la muerte de mi abuela. Bueno, mamá no se preocupaba por mí. A raíz de eso, empecé a vestirme más de negro-no por luto, solo porque sí-, a salir de casa más seguido y a despilfarrar mi vida como me diera la gana.
Jesús dejo de ir a mi habitación por las noches. En realidad, había deseado lo que hiciera. Siempre me hablaba de cómo ser buena y yo, simplemente, no quería serlo. Quería que otros vieran mi dolor. Que no me ignoraran. Que se dieran cuenta de una vez por todas que estaba sufriendo. En especial, mis padres.
Santiago lo hacía. Él lo notaba.
- Xa…-me dijo un día. Eso me resultó familiar. El pobre niño hablaba bien todas las palabras de un diccionario, pero no sabía pronunciar bien mi nombre-. ¿Qué te pasa?
- Nada, Santi. No tengo nada-sonreí.
Él me abrazó.
- ¿sabes? Tú le das felicidad a mi vida. Eres esa pequeña luz en la oscuridad que me rodea-le susurré.
- ¿lo soy?-sonaba emocionado.
Yo amaba a mi hermanito.
- Si. Claro que lo eres-lágrimas rodaron por mis mejillas-. Por eso no hay un día en que no muera por volver a casa para verte.
- ¿Y a mami?
Bufé.
El me miraba con sus grandes ojos, esperando.
- No tanto-confesé.
- Lexa-ahora le añadió una sílaba más. Estaba progresando-. ¿podemos ir fuera? Quiero una mascota-sonrió.
- Eh…Santi…no creo que sea una gran idea, no…-me miraba suplicante. ¿Cómo podía negarle algo a esos ojitos verdes? Mi hermano tenía los ojos verdes. Era hermoso-. Bien.
Santiago me abrazó. Entonces, empezó a halarme de la mano, hacía la puerta de la casa.
Llevaba a mi hermanito en brazos hacía un gran trecho de terreno verde como cualquier bosque que había dentro del conjunto residencial donde vivíamos.
Lo puse en el pasto y se fue corriendo. Lo mantuve a la vista todo el tiempo.
- ¡Lexa!-Bien. Me quedé “Lexa” para Santiago. No lograba recordar quién más me había acortado el nombre. Mi hermanito seguía gritando mi nombre.
Corrí hacia dónde estaba. Inmediatamente lo revisé por todos lados, buscando alguna herida.
Santiago estaba llorando.
- Lexa, ¿Qué haces?-me preguntó, aún con lágrimas en los ojos.
- Santiago, ¿Por qué lloras?
- Es que se está muriendo-me extendió sus manos, con un pájaro en ellas. Una muy linda ave.
Tuve una sensación de deja vu.
- ¿puedes salvarlo?-me preguntó.
- Eh...no lo sé.
Sus lágrimas aumentaron.
- Lo intentaré. Lo prometo.
Sí lo intenté, pero no logré demasiado. De esas cosas yo no sabía nada. El pájaro murió y Santiago pasó triste el resto del día.
- ¿ves por qué no me gusta que ande con animales?-me reprochó mi madre-. Luego se mueren y anda triste todo el tiempo.
- Madre, es un niño. Santiago no va a la escuela, y necesita compañía. No sé…un perro…
- Ningún hijo mío va a tener animales en esta casa.
En la sala, Santiago lloró.
Corrí a ver qué tenía, mientras que mi madre entornaba los ojos en la cocina.
- Oye… ¿Qué te pasa?
- Lucía se muda-me dijo.
- ¿Quién es Lucía?-no sabía quién rayos era.
- La vecina. Es mi amiga.
Sentí pena por él. No sabía lo que era estar del otro lado. Siempre fui yo quién se iba. Pero de igual manera, nunca me gustó tener que hacer nuevos amigos. Quizás era ella por quién sentí pena.
- Pero…supongo que vendrán nuevas personas, ¿no?-él asintió-. Entonces, puedes ser amigo de ellas.
- Pero Lucía es mi mejor amiga.
- Eso dices ahora, Santiago, pero aún te falta mucho por vivir.
- ¿Cómo qué?-mi hermanito me preguntaba sobre la vida. A mí. Su hermana. Alguien que aún no había tenido una verdadera oportunidad de vivir.
No supe qué decirle. Prefería no decir nada a decir algo mal.
- Solo muchas cosas-eso era una verdad para mí, también. Me faltaban muchas cosas por vivir.

1 comentario:

  1. ummm, veo que está bastante mal la probre chica, como que se va al lado oscuro y sólo su hermanito es su rayo de luz. Qué edad se supone que ya tiene el hermano??


    sigo........

    maysu

    ResponderEliminar