junio 26, 2009

Conversion. Cap 1. (incompleto)

1


Me desperté aquél día. No fue mi favorito a decir verdad. Tenía cinco años, pero era muy madura para mi corta edad.
Corrí al baño, como de costumbre. Era algo que acostumbraba hacer. Me hacía ver un poco más niña de lo que en realidad era…en mentalidad, claro. Siempre pensaba demasiado las cosas y buscaba el significado exacto de ellas.
Cuando salí del baño, corrí a la cocina, a verme con mi madre.
Solía vivir en una pequeña ciudad. Tenía amigos y vivía muy bien…o eso creía. Lo cierto era que no tenía idea de lo que pasaba a mi alrededor.
- Hola, mami-la saludaba todas las mañanas.
Mi madre me alzó del suelo y me colocó sobre su regazo.
- Alexa, linda…sabes que tu papi no puede estar cerca de nosotras, ¿cierto?
Yo asentí. Lo sabía. Lo que no entendía era por qué no estaba cerca de nosotras.
- Y…te gustaría estar cerca de papá, ¿verdad?
Asentí de nuevo. Sí me gustaría. Extrañaba a mi padre cada segundo del día.
- Bueno. Tenemos que mudarnos, cariño.
En ese tiempo, cuando era pequeña, no sabía el significado de la palabra. Pero no podía ser nada bueno. No sonaba como algo bueno.
- ¿Qué es?
- ¿mudarnos?-asentí-. Irnos a otro lugar…con papá-añadió rápidamente.
Supuse, años después, que fue porque mi madre me conocía demasiado bien. Ya esperaba mi reacción, incluso antes de siquiera empezar a explicarme.
Yo no quería mudarme y mi madre lo sabía. Y, bueno, si no era así, entonces yo se lo hice saber de inmediato.
Le dije que tenía mi vida entera en aquella pequeña ciudad. Que no podía dejar a mis amigos, mi colegio, ni nada de lo que ya tenía formado.
Pero, por supuesto, ella no me escucharía. Y si yo fuese mi madre, tampoco lo haría. ¡Tenía cinco años, por el amor de Dios! ¿Qué vida? ¿Qué amigos? ¿Qué formación? Y, ¿la escuela? Solo había estado ahí por dos años y no logré aprender nada. Solo como guiarme con los puntos, algo que no me servirá de nada en el futuro. No necesitaba saber como seguir una línea punteada. Honestamente, cuando no sabía escribir, era una maravilla. Pero, cuando me vaya a convertir en profesional, ¿Qué falta hace?
Mamá intentó calmarme con palabras suaves. Pero yo era una niña muy malcriada. Demasiado, quizás. Por lo que empecé a gritar, patalear, llorar. Si. Que tonto cuando uno lo piensa cuando ya ha madurado de verdad, cuando sabe de la vida, cuando conoce cosas mejores y mucho más completas.
Y, como cualquier otra madre en su sano juicio, la mía se molestó y mucho. No recuerdo haberme asustado tanto en mi vida, como en ese momento.
Mamá me obligó a empacar todas mis cosas, yo sola. Me pareció injusto en ese momento, pero luego, después de muchos años, me di cuenta que me lo merecía.
Así que obedecí. Corrí a mi habitación llorando, tirando las puertas y haciendo todas las pataletas que se me ocurrieran, pero hice lo que se me mandó.
Empaqué todas mis cosas en un total de veinticinco bolsos, entre pequeños y no tan pequeños.
Como dije, era una malcriada y de pequeña mis padres me daban todo. Bueno, todo cuanto quería.
Salí de habitación cargando unos cinco bolsos, para luego volver a entrar y salir de nuevo, con otros cinco bolsos más. Repetí esa operación unas cinco veces, exactamente.
Mi madre me miró con los ojos entrecerrados y yo le regalé la sonrisa más dulce que una pequeña puede dar.
Así era yo. Un poco manipuladora con mi ternura, pero al menos lograba que los regaños no fueran tan fuertes como se suponía que fueran.

Ese mismo día, mi abuela nos llevó al aeropuerto. Todos mis pequeños bolsos se juntaron en una maleta mucho más grande. Mi madre solo me dejó llevar dos fuera. Y me hizo prometerle que no iba a dejar ninguno fuera de su lugar cuando llegáramos a la nueva casa.
El vuelo resultó de lo más incómodo. Por supuesto, para una niña todo medio de transporte resulta incómodo, a menos que vaya dormida durante todo el viaje, que fue lo que mi madre sugirió, pero no tenía sueño.

Cuando llegamos, lo primero que decidí hacer, fue pasear una mirada por toda la cuadra. Supe desde ese momento que no me gustaría estar allí.