No podía entender cómo. Solo, por muy tonto que pudiese sonar, entendía que era así.
El amor es un arma peligrosa. Puede derrotar hasta al más fuerte de los guerreros. Recuerden a Sansón. Lo dio todo por lo que él pensaba que era amor. Era el hombre más fuerte que ha existido en toda la historia del mundo, y una mujer logró debilitarlo con sus encantos. Pero esa es una historia diferente y no tiene nada que ver conmigo. No tendría por qué tener algo que ver conmigo. Yo soy distinta, mi situación es distinta.
Tiré la puerta de mi habitación y me dispuse a llorar.
“el amor es sufrido…” vino a mi mente. Era Dios hablándome. Y tenía razón. Lo es. Es sufrido y quizás no debería. Pero, ¿Qué iba a saber yo? Soy una muchacha. No tengo experiencia en nada de esto y no soy lo suficientemente madura para afrontar los dilemas adolescentes a los que tendré que enfrentarme.
Sus palabras bonitas venían a mí como susurros del viento. Eran hermosas, pero dolientes a la vez. Se oían reales, pero yo sabía que eran mentira. Solo era…eso. No importaba ya. Sus encantos debía quedar en el olvido y yo debía concentrarme en otras cosas. Quizás debería resolver algún misterio algún día de mi vida. Da igual. No me interesa. No me interesa nada que tenga que ver con él.
¿Cómo empezó todo? Bueno…
- Los sonetos de Shakespeare, ¿eh?-me dijo, cuando vio el libro que sostenía cuidadosamente en mis manos. Luego, su vista se posó en el libro que estaba a mi lado, el que había estado leyendo con anterioridad, antes de querer leer un poco de poesía-.Y…El Laberinto de la Rosa-yo asentí-. “Solo cinco minutos más hasta el final del arco iris”-citó. Última frase del capítulo 23, dicha por Alex. Curioso, se llamaba Alex, igual que él-. ¿Cuál es tu soneto favorito?
- Emmm… es difícil decidir, la verdad.
- ¡Vamos, tiene que haber uno!-exclamó, sonriente.
En realidad, sí había uno…
- El soneto 54-dije, tímidamente.
- “Oh, cuánta la Belleza parece más hermosa,
¡Por el dulce ornamento que la verdad le presta!
Vemos la bella rosa y aún más se considera,
Por el dulce perfume que dentro de ella vive
Tiene el escaramujo tintes en su capullo,
Como la perfumada tintura de la rosa,
Y espinas semejantes, que juegan su contento,
Cuando el verano abre sus ocultos pimpollos.
Más dado que su mérito es sólo su apariencia,
Viven sin ser pedidos y abandonados mueren,
Marchitos por sí solos. No es su caso la rosa,
Pues de su dulce muerte, se hacen suaves perfumes.
Así de vos, hermoso y mi adorable joven,
Al morir, tu virtud, destilará en mi verso.”
Las palabras salían de sus labios al recitar de una manera escandalosamente dulce. No sé como lo logra.
Luché por mantener mi respiración a un ritmo respetable. No podía dejar que él viera como híper ventilaba mientras él susurraba suavemente las palabras de Shakespeare, como la brisa de verano que sacude las olas del mar: suave.
Puede decirse que en ese momento no sentía nada por él. Pero cualquier chico que llegue a mi luciendo ridículamente guapo, me traspase con sus ojos azules y recite mi soneto favorito de Shakespeare, merece al menos una respiración dificultosa de mi parte.
Ese día nos hicimos amigos, aunque éramos dos polos opuestos.
Él era pulcro en todos los aspectos, incluso su cabello permanecía perfecto todo el día de clases. Yo era lo contrario a eso, ni siquiera me molestaba en peinarme de verdad cuando iba a la escuela. Era un fastidio, la verdad.
El uniforme de Alex siempre estaba impecable. La camisa por dentro, el cinturón del color que era, el pantalón perfectamente planchado y los zapatos siempre pulidos.
Yo era lo contrario: la camisa por fuera y por dentro, al mismo tiempo, el pantalón raramente planchado, los zapatos manchados y no llevaba cinturón. Era una rebelde. Como esos artistas que no respetan las reglas. Aunque las únicas reglas que no respetaba eran las del uniforme. Raramente los profesores sabían cuando yo estaba en el salón, porque no hacía ni el más mínimo ruido. Algunos incluso intentaban provocarme, porque era la única alumna a la que jamás debían llamarle la atención, pues les daba igual si llevaba el uniforme que era o no. Y mucho menos si mi cabello estaba bien arreglado.
Casi todos los días Alex me acompañaba a comer. Digo casi, porque si círculo social es más amplio que solo la ermitaña de la escuela. Él es popular, y estar con él me hacía popular a veces, pero yo no era gran fan de eso. No me gustaba que las niñas me miraran como un modelo a seguir, solo por esperar que Alex las mirara. Daban pena las pobres.
- ¿Qué harías si de pronto llega alguien que te quiere dar un premio?-me preguntó un día mientras caminábamos a la cafetería.
- ¿Por qué alguien querría darme un premio?
- Es solo una pregunta.
- No sé, A.
- ¿lo recibirías así, como estás?
Lo fulminé con la mirada.
- ¿Tienes algún problema con mi apariencia?
- No…eres preciosa, de verdad, pero tu cabello es despeinado.
- Así me gusta-repliqué. En el momento, no le dí importancia a lo de “eres preciosa”.
El se echó a reír.
- ¿Qué?-exigí saber.
- Nada. Puedo reírme si quiero.
- No. No puedes. Al menos, no de mí.
- No me río de ti, A.
Nos llamábamos “A”, el uno al otro, porque nuestros nombres comenzaban con “A”
Él es Alex, yo soy Alison y nos decimos “A”, solamente, para acortar la cosa.
Me encogí de hombros.
- Lo que digas, Alex, no importa-lo llamé por su nombre completo solo para asustarlo.
Caminé más rápido para dejarlo atrás. Estuvo de nuevo junto a mí en nada de tiempo.
- Oye…me llamaste “Alex”, ¿Por qué?
- Ese es tu nombre, ¿no?
- Si, pero…tú nunca me llamas Alex…excepto cuando estás molesta. ¿Lo estás?
- No.
- Si lo estás.
- No, A…
- Que si…
- ¡A! No estoy molesta.
- Uh…genial-dijo, sonriéndome. Me rodeó los brazos con los hombros-. Bien. Vamos.
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