Puedo contar que viví muchas cosas en esos años. Incluso llegó a gustarme un poco.
Tenía amigos, los cuales eran un poco escasos en mi ciudad natal.
- ¡Alex!-me llamó mi madre un día. Bajé las escaleras corriendo, como de costumbre. A ella no le gustaba que lo hiciera. Temía por mí. La miré esperando-. Te busca Lucas.
Mi mejor amigo Lucas, la primera persona que conocí cuando llegué. Era nuestro vecino. Nos veíamos cada día. Dos pequeños niños jugando por ahí.
Corrí a la puerta para irme con Lucas.
- ¿Qué haremos hoy?-me preguntó.
- Tocar timbres… ¿Quieres?-pareció pensarlo.
- Hmmm…no. No me parece.
- ¡Vamos! Es divertido-sonreí.
- No.
Me resigné. Él era así. Si decía no, era no. No lo entendí sino hasta mucho después.
Se puso oscuro el cielo de pronto.
Sonreí para mis adentros.
- Deberíamos irnos.
- ¡Lucas!-exclamé.
- Bien-dijo a duras penas.
Llovió fuerte. A decir verdad, nunca había visto una lluvia tal.
Lucas y yo pasamos por todos los charcos y yo adopté una pequeña rana que Lucas atrapó para mí. Le llame Ricky.
- Toma a Ricky y vámonos a casa, xa.
Así me llamaba “Xa” por “AleXA”.
Yo no quería irme. Sabía que la lluvia no iba a parar ahí. Seguiría por un par de horas más.
- Solo un rato más…¿por favor?-rogué.
Sin embargo, obedecí en la parte de “toma a Ricky”. Era una rana y no quería que se escapase saltando.
Recuerdo que mientras saltábamos tomados de las manos en un charco grande, empapados, vi un pajarito saltando. Pensé que los pájaros deberían volar, no saltar. A menos, claro, que fueran cuervos, pero incluso los cuervos vuelan.
- Toma a Ricky, Lucas-se lo puse en las manos.
- ¡Xa! No te vayas.
Muy tarde. Cuando lo dijo, ya estaba corriendo hacia el pequeño pájaro, que ahora yacía temblando en un charco.
- ¡Lucas!-llamé y le hice señas para que se apresurara.
Lucas corrió con Ricky en sus manos. Vi como lo sostenía con fuerza para que no saltara.
Llegó mucho más rápido de lo que yo lo hice.
- ¿Qué?-preguntó cuando estuvo conmigo.
- Creo que está muriendo.
Lucas se acercó para verificar lo que yo decía.
- Lo está-puntualizó. Lágrimas rodaron por mis mejillas-. ¿Sabes qué?-lo miré, expectante-. Mejor tómalo, y vámonos a casa.
Esta vez, obedecí.
El padre de Lucas era veterinario. Por eso Lucas tenía como cinco perros. Jamás se enfermaba ninguno, por eso, él no tenía que sufrir. No hasta que se morían, claro.
- Quizás se estaba ahogando-opiné.
- No creo-Lucas siempre me pareció muy maduro.
Le llevamos el pequeño pájaro a su padre.
Para mi mala suerte, se tuvo que quedar con Lucas, porque a mi madre no le gustó. Y también Ricky se quedó con Lucas. Lloré cuando dijo “No”. Me pareció muy malvada en ese momento.
Pero, ahora que lo pienso, creo que tampoco dejaría que mis hijos, cuando los tenga, tengan una rana de mascota. Un pájaro, quizás si.
Mis padres acordaron castigarme ese día. Supongo que fue por el hecho de no haber escuchado a Lucas cuando me dijo que volviéramos, por haber llegado a casa mojada, y por haber llevado conmigo una rana cuando llegué mojada a casa. Motivos suficientes.
Pero no importaba mucho.
Mi ventana quedaba justo frente a la ventana de Lucas. Y, entre nuestras ventana, había un árbol inmenso por el que podía escalar con insultante facilidad. Y lo hice un par de veces.
- ¡Lucas!-estaba sentada en su alféizar, llamándolo.
El abrió la ventana lentamente.
- ¿Xa? ¿Qué haces aquí?
- ¿Escalamos el árbol?
Me miró extrañado.
- Creí que estabas castigada-dijo-. ¿Me mentiste?
- Lo estoy.
Abrió los ojos como platos.
- No te estarás escapando…¿o si?
- Es que quiero salir…
- ¡Xa!
Bajé cuidadosamente del árbol, mientras decía:
- Muy bien. Si no quieres jugar conmigo, no lo hagas.
- Si no voy, ¿Quién va a evitar que te mates bajando de ese árbol?
Le sonreí.
Esperé por Lucas y bajamos juntos.
Cada día, por cuatro años, Lucas y yo fuimos compañeros de aventuras.
Entrábamos a la escuela, cada día, con los brazos entrelazados. Éramos inseparables. Lo fuimos desde el primer momento. O eso pensamos.
Un día, que volvía de la escuela, mi madre me comunicó las nuevas.
- ¿De nuevo?-inquirí.
- Si, linda. De nuevo.
Tenía nueve años entonces. Con nueve años y mudándome de nuevo.
Fui a decirle a Lucas.
- Pero…Xa…
- No es mi culpa-le expliqué.
- Bueno…supongo que voy a extrañarte, Xa.
- Si, yo también.
Nos abrazamos, como los buenos amigos que éramos. Y entonces, fui a empacar…de nuevo.
junio 30, 2009
junio 26, 2009
Conversion. Cap 1. (incompleto)
1
Me desperté aquél día. No fue mi favorito a decir verdad. Tenía cinco años, pero era muy madura para mi corta edad.
Corrí al baño, como de costumbre. Era algo que acostumbraba hacer. Me hacía ver un poco más niña de lo que en realidad era…en mentalidad, claro. Siempre pensaba demasiado las cosas y buscaba el significado exacto de ellas.
Cuando salí del baño, corrí a la cocina, a verme con mi madre.
Solía vivir en una pequeña ciudad. Tenía amigos y vivía muy bien…o eso creía. Lo cierto era que no tenía idea de lo que pasaba a mi alrededor.
- Hola, mami-la saludaba todas las mañanas.
Mi madre me alzó del suelo y me colocó sobre su regazo.
- Alexa, linda…sabes que tu papi no puede estar cerca de nosotras, ¿cierto?
Yo asentí. Lo sabía. Lo que no entendía era por qué no estaba cerca de nosotras.
- Y…te gustaría estar cerca de papá, ¿verdad?
Asentí de nuevo. Sí me gustaría. Extrañaba a mi padre cada segundo del día.
- Bueno. Tenemos que mudarnos, cariño.
En ese tiempo, cuando era pequeña, no sabía el significado de la palabra. Pero no podía ser nada bueno. No sonaba como algo bueno.
- ¿Qué es?
- ¿mudarnos?-asentí-. Irnos a otro lugar…con papá-añadió rápidamente.
Supuse, años después, que fue porque mi madre me conocía demasiado bien. Ya esperaba mi reacción, incluso antes de siquiera empezar a explicarme.
Yo no quería mudarme y mi madre lo sabía. Y, bueno, si no era así, entonces yo se lo hice saber de inmediato.
Le dije que tenía mi vida entera en aquella pequeña ciudad. Que no podía dejar a mis amigos, mi colegio, ni nada de lo que ya tenía formado.
Pero, por supuesto, ella no me escucharía. Y si yo fuese mi madre, tampoco lo haría. ¡Tenía cinco años, por el amor de Dios! ¿Qué vida? ¿Qué amigos? ¿Qué formación? Y, ¿la escuela? Solo había estado ahí por dos años y no logré aprender nada. Solo como guiarme con los puntos, algo que no me servirá de nada en el futuro. No necesitaba saber como seguir una línea punteada. Honestamente, cuando no sabía escribir, era una maravilla. Pero, cuando me vaya a convertir en profesional, ¿Qué falta hace?
Mamá intentó calmarme con palabras suaves. Pero yo era una niña muy malcriada. Demasiado, quizás. Por lo que empecé a gritar, patalear, llorar. Si. Que tonto cuando uno lo piensa cuando ya ha madurado de verdad, cuando sabe de la vida, cuando conoce cosas mejores y mucho más completas.
Y, como cualquier otra madre en su sano juicio, la mía se molestó y mucho. No recuerdo haberme asustado tanto en mi vida, como en ese momento.
Mamá me obligó a empacar todas mis cosas, yo sola. Me pareció injusto en ese momento, pero luego, después de muchos años, me di cuenta que me lo merecía.
Así que obedecí. Corrí a mi habitación llorando, tirando las puertas y haciendo todas las pataletas que se me ocurrieran, pero hice lo que se me mandó.
Empaqué todas mis cosas en un total de veinticinco bolsos, entre pequeños y no tan pequeños.
Como dije, era una malcriada y de pequeña mis padres me daban todo. Bueno, todo cuanto quería.
Salí de habitación cargando unos cinco bolsos, para luego volver a entrar y salir de nuevo, con otros cinco bolsos más. Repetí esa operación unas cinco veces, exactamente.
Mi madre me miró con los ojos entrecerrados y yo le regalé la sonrisa más dulce que una pequeña puede dar.
Así era yo. Un poco manipuladora con mi ternura, pero al menos lograba que los regaños no fueran tan fuertes como se suponía que fueran.
Ese mismo día, mi abuela nos llevó al aeropuerto. Todos mis pequeños bolsos se juntaron en una maleta mucho más grande. Mi madre solo me dejó llevar dos fuera. Y me hizo prometerle que no iba a dejar ninguno fuera de su lugar cuando llegáramos a la nueva casa.
El vuelo resultó de lo más incómodo. Por supuesto, para una niña todo medio de transporte resulta incómodo, a menos que vaya dormida durante todo el viaje, que fue lo que mi madre sugirió, pero no tenía sueño.
Cuando llegamos, lo primero que decidí hacer, fue pasear una mirada por toda la cuadra. Supe desde ese momento que no me gustaría estar allí.
Me desperté aquél día. No fue mi favorito a decir verdad. Tenía cinco años, pero era muy madura para mi corta edad.
Corrí al baño, como de costumbre. Era algo que acostumbraba hacer. Me hacía ver un poco más niña de lo que en realidad era…en mentalidad, claro. Siempre pensaba demasiado las cosas y buscaba el significado exacto de ellas.
Cuando salí del baño, corrí a la cocina, a verme con mi madre.
Solía vivir en una pequeña ciudad. Tenía amigos y vivía muy bien…o eso creía. Lo cierto era que no tenía idea de lo que pasaba a mi alrededor.
- Hola, mami-la saludaba todas las mañanas.
Mi madre me alzó del suelo y me colocó sobre su regazo.
- Alexa, linda…sabes que tu papi no puede estar cerca de nosotras, ¿cierto?
Yo asentí. Lo sabía. Lo que no entendía era por qué no estaba cerca de nosotras.
- Y…te gustaría estar cerca de papá, ¿verdad?
Asentí de nuevo. Sí me gustaría. Extrañaba a mi padre cada segundo del día.
- Bueno. Tenemos que mudarnos, cariño.
En ese tiempo, cuando era pequeña, no sabía el significado de la palabra. Pero no podía ser nada bueno. No sonaba como algo bueno.
- ¿Qué es?
- ¿mudarnos?-asentí-. Irnos a otro lugar…con papá-añadió rápidamente.
Supuse, años después, que fue porque mi madre me conocía demasiado bien. Ya esperaba mi reacción, incluso antes de siquiera empezar a explicarme.
Yo no quería mudarme y mi madre lo sabía. Y, bueno, si no era así, entonces yo se lo hice saber de inmediato.
Le dije que tenía mi vida entera en aquella pequeña ciudad. Que no podía dejar a mis amigos, mi colegio, ni nada de lo que ya tenía formado.
Pero, por supuesto, ella no me escucharía. Y si yo fuese mi madre, tampoco lo haría. ¡Tenía cinco años, por el amor de Dios! ¿Qué vida? ¿Qué amigos? ¿Qué formación? Y, ¿la escuela? Solo había estado ahí por dos años y no logré aprender nada. Solo como guiarme con los puntos, algo que no me servirá de nada en el futuro. No necesitaba saber como seguir una línea punteada. Honestamente, cuando no sabía escribir, era una maravilla. Pero, cuando me vaya a convertir en profesional, ¿Qué falta hace?
Mamá intentó calmarme con palabras suaves. Pero yo era una niña muy malcriada. Demasiado, quizás. Por lo que empecé a gritar, patalear, llorar. Si. Que tonto cuando uno lo piensa cuando ya ha madurado de verdad, cuando sabe de la vida, cuando conoce cosas mejores y mucho más completas.
Y, como cualquier otra madre en su sano juicio, la mía se molestó y mucho. No recuerdo haberme asustado tanto en mi vida, como en ese momento.
Mamá me obligó a empacar todas mis cosas, yo sola. Me pareció injusto en ese momento, pero luego, después de muchos años, me di cuenta que me lo merecía.
Así que obedecí. Corrí a mi habitación llorando, tirando las puertas y haciendo todas las pataletas que se me ocurrieran, pero hice lo que se me mandó.
Empaqué todas mis cosas en un total de veinticinco bolsos, entre pequeños y no tan pequeños.
Como dije, era una malcriada y de pequeña mis padres me daban todo. Bueno, todo cuanto quería.
Salí de habitación cargando unos cinco bolsos, para luego volver a entrar y salir de nuevo, con otros cinco bolsos más. Repetí esa operación unas cinco veces, exactamente.
Mi madre me miró con los ojos entrecerrados y yo le regalé la sonrisa más dulce que una pequeña puede dar.
Así era yo. Un poco manipuladora con mi ternura, pero al menos lograba que los regaños no fueran tan fuertes como se suponía que fueran.
Ese mismo día, mi abuela nos llevó al aeropuerto. Todos mis pequeños bolsos se juntaron en una maleta mucho más grande. Mi madre solo me dejó llevar dos fuera. Y me hizo prometerle que no iba a dejar ninguno fuera de su lugar cuando llegáramos a la nueva casa.
El vuelo resultó de lo más incómodo. Por supuesto, para una niña todo medio de transporte resulta incómodo, a menos que vaya dormida durante todo el viaje, que fue lo que mi madre sugirió, pero no tenía sueño.
Cuando llegamos, lo primero que decidí hacer, fue pasear una mirada por toda la cuadra. Supe desde ese momento que no me gustaría estar allí.
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